sábado, 4 de julio de 2015

Nos esperamos pacientemente. Amorosamente.
Yo me hago preguntas.
Y me asusto. Y me ilusiono. Y me río.
Vos nadás en tu pequeño océano boca abajo.

Acá afuera es invierno, y a veces me da por llorar un día entero.
No es tu culpa, no. Te lo digo bajito y creo que entendés.

Yo quiero ser, para vos, la mejor versión de mí misma.

Te espero y trabajo, mientras vos crecés otro rato.

Acá afuera es invierno y me da por comer chocolate.
Y nos desparramamos las dos, y la tristeza se pliega y se guarda como un pañuelo.

El tiempo pasa extrañamente cuando uno está solo.
No sé qué se hace del tiempo, por ejemplo, en las tardes de sábado.

Ahí adentro, hija, ¿el tiempo no existe?

Trabajo en la sombra de mis miedos, que son como un árbol bajo la tormenta.
Las ramas se agitan, se proyectan como un monstruo terrible, como una cabeza de Medusa.
Pero hay que mirar a los ojos. Al ojo de la tormenta, aunque me convierta en piedra.

Quiero ser ladrillo. Fortaleza y también escalera. Piedra sobre piedra, despacio, me reconstruyo.

Después nos veremos las caras y  tal vez el tiempo estalle, como una piñata.

Vas a darle cuerda al reloj, pequeño cronopio.

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