jueves, 30 de julio de 2015
miércoles, 29 de julio de 2015
domingo, 12 de julio de 2015
semana de cumpleaños
Estas de hoy son palabras para mi hija Julia, no sé para qué
recodo del tiempo de su vida que espero que sea larga y hermosa, llena de amor
y amigos y feliz magia.
Tal vez, Julia, leas esto cuando seas muy, muy viejita y yo
ya no sea. O capaz te lo leo en tu cumple de tres, o te lo canto cuando nazcas
en un par de meses.
Julia, el tiempo se me hace como el algodón de azúcar: al
chuparlo se disuelve, deja de ser gran nube rosada y se transforma en casi
nada, un sabor en la boca.
Tu papá se fue de casa hace un poquito más de dos meses. No
duerme más conmigo, ni con vos. No vuelve después de trabajar o cursar. No se
despierta del otro lado de la cama. No se baña acá ni prepara la comida, ni va
al supermercado.
Ahora viene de visita, algunos días. Yo lo quiero mucho, a
pesar de que estoy enojada y triste, y enojada de vuelta. No sé bien qué le
pasa.
Hoy le dije: que vos eras nuestra. De los dos. Algo querido,
deseado, soñado, preparado entre los dos. Y es cierto, te lo juro. Él también
lo dijo. Hoy. Y que te iba a amar mucho.
Ahora llueve y tu papá se fue en bicicleta. A mí me asusta
que ande en bicicleta sin luces, pero él dice que va despacio. Creo que esto
fue algo importante para él, para decidir irse. Mis sustos, digo. Me asustan
muchas cosas, Julia.
A tu papá le dio un susto hoy, de pensarte. Falta tan poco,
dijo. Él también tiene miedo.
Yo creo que podríamos haber sido más fuertes juntos. Todos
tienen miedo. Vos vas a tener miedo, también. Yo voy a hacer todo lo posible
para que tus miedos no te detengan. Nunca. Que sepas que se puede tener miedo
pero que el miedo no pueda tenerte a vos.
Los domingos son difíciles. Algunas madrugadas, también. Yo
extraño los abrazos de tu papá, sus besos, y esperarlo o que me espere después
de un día fuera de casa. Extraño que me diga la chiquita, y dormir la siesta. Extraño
mirarlo largo rato a los ojos.
Hoy saqué algunas de sus cosas del placard. No es fácil. No
me decido a sacarlo del todo.
Lloro mucho, Julia. Espero que esto no te moleste. Que
entiendas que no es con vos. Cada vez que te movés recuerdo que tengo una
sonrisa. Y sonrío. Y no hay nada más lindo que saber, corroborar cada vez, que
ahí estás, creciendo y pateando. Recordándome que a pesar de los vientos
huracanados y las tormentas de verano, el amor existe.
Esta semana cumplo 32 años. Es una barbaridad de tiempo. Mis
cumpleaños siempre me ponen un poco sensible. Este es tan especial, porque
estás vos ahí y porque tu papá no está conmigo.
Me pone triste eso. Mi papá tampoco está conmigo, pero de
eso ya hace mucho tiempo.
Lo que pasa es que me canso de la tristeza. Me canso de la
palmadita en el hombro, de las pruebas para crecer y ser fuerte. Sólo quisiera
un poco de calma. Vivir un poco menos intensamente. Sí. La intensidad cansa. No
deja tiempo para otras cosas.
sábado, 4 de julio de 2015
Nos esperamos pacientemente. Amorosamente.
Yo me hago preguntas.
Y me asusto. Y me ilusiono. Y me río.
Vos nadás en tu pequeño océano boca abajo.
Acá afuera es invierno, y a veces me da por llorar un día entero.
No es tu culpa, no. Te lo digo bajito y creo que entendés.
Yo quiero ser, para vos, la mejor versión de mí misma.
Te espero y trabajo, mientras vos crecés otro rato.
Acá afuera es invierno y me da por comer chocolate.
Y nos desparramamos las dos, y la tristeza se pliega y se guarda como un pañuelo.
El tiempo pasa extrañamente cuando uno está solo.
No sé qué se hace del tiempo, por ejemplo, en las tardes de sábado.
Ahí adentro, hija, ¿el tiempo no existe?
Trabajo en la sombra de mis miedos, que son como un árbol bajo la tormenta.
Las ramas se agitan, se proyectan como un monstruo terrible, como una cabeza de Medusa.
Pero hay que mirar a los ojos. Al ojo de la tormenta, aunque me convierta en piedra.
Quiero ser ladrillo. Fortaleza y también escalera. Piedra sobre piedra, despacio, me reconstruyo.
Después nos veremos las caras y tal vez el tiempo estalle, como una piñata.
Vas a darle cuerda al reloj, pequeño cronopio.
Yo me hago preguntas.
Y me asusto. Y me ilusiono. Y me río.
Vos nadás en tu pequeño océano boca abajo.
Acá afuera es invierno, y a veces me da por llorar un día entero.
No es tu culpa, no. Te lo digo bajito y creo que entendés.
Yo quiero ser, para vos, la mejor versión de mí misma.
Te espero y trabajo, mientras vos crecés otro rato.
Acá afuera es invierno y me da por comer chocolate.
Y nos desparramamos las dos, y la tristeza se pliega y se guarda como un pañuelo.
El tiempo pasa extrañamente cuando uno está solo.
No sé qué se hace del tiempo, por ejemplo, en las tardes de sábado.
Ahí adentro, hija, ¿el tiempo no existe?
Trabajo en la sombra de mis miedos, que son como un árbol bajo la tormenta.
Las ramas se agitan, se proyectan como un monstruo terrible, como una cabeza de Medusa.
Pero hay que mirar a los ojos. Al ojo de la tormenta, aunque me convierta en piedra.
Quiero ser ladrillo. Fortaleza y también escalera. Piedra sobre piedra, despacio, me reconstruyo.
Después nos veremos las caras y tal vez el tiempo estalle, como una piñata.
Vas a darle cuerda al reloj, pequeño cronopio.
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