jueves, 12 de noviembre de 2015

Doce de noviembre

¿Por qué hoy?
Un poco porque ya nos conocemos mejor. Otro poco porque dormís tranquila en el cochecito y tengo este rato para escribirte. También porque las semanas que ya pasaron me dan cierta perspectiva. Hay algo de camino recorrido.
Pasaron tus primeros días de este lado de la panza, nuestros primeros días de mirarnos a los ojos, mis primeros días de escucharte (¡tu vocecita!), de darte la teta, de mirarte dormir.
Tus ojos, Julia, son un tema aparte. Naciste mirando, mirándonos, como si hubieras venido para eso. Nos miraste con una intensidad tan contundente, hija. No sé qué palabras se le pueden poner a semejante llegada al mundo. Yo entendí que nos interpelabas desde ese instante y para siempre. Que ya no podremos ser sin tu mirada interrogativa, esperanzadora, curiosa, sabia, honesta.
Hace algún tiempo había soñado algo así como que yo miraba el parto de afuera, y que luego te ponían sobre mi pecho y te prendías a la teta con mucha naturalidad. Y fue bastante parecido a eso; una cesárea, que es un poco como mirar de afuera; después esperarnos otro poco, y reencontrarnos en ese abrazo inmenso y diminuto, ese acople perfecto de amor para el que estamos hechas.

Estos días, decía, siento que ya nos conocemos mejor. Te calmás y te dormís escuchando a Johnny Cash. Te angustiás cuando yo estoy triste (¡hija! estoy trabajando en eso).
Comés con pasión, abrojito. Dormís con calma, con desparpajo, con gula. Te sonreís cuando te hablo, y se me aflojan las medias. Sos una bolahermosa, pipona, repollita de bruselas. Sos un sueño de cachetes y rollos.

Te amo cada día más.
Bienvenida al mundo, pequeña bestia. Y gracias.