viernes, 25 de marzo de 2016

Mes cinco y medio.

Te sentás. Mirás el mundo boquiabierta, con idéntica expresión absorta ante una botella de agua, el gato, Bugs Bunny o el estampado de mi remera.

Hacés algo muy gracioso con la boca, como una viejita sin dientes. Y ruedan los litros de baba almibarada, con la que, cuando acerco la mejilla, me das unos besos largos y cantados.

Porque cantás. A la mañana, con vocecita dulce, probando distintos vocablos (ayer dijiste "hoja"). A a veces con gritos, o con lamentos de cante jondo, cuando el mordillo, el chupete, la pata del león, insisten contra la encía, cofrecito de dientes por venir.

Cuando llorás de noche, el llanto es chiquito porque viene de lejos, de lo hondo del sueño. El chupete sale volando si osa acercarse. Es la teta lo que te calma. Teta-testaferro de que mamá está ahí (¿o será al revés?).
Y, dormida, estirás un poco hacia atrás la cabeza, dejando al descubierto la encantadora majestuosidad de tus cachetes redondos redondos, suaves como pancitos al vapor. Mi paisaje preferido.